Algunas
potencias se arrogan hoy el derecho de realizar intervenciones
militares en otras naciones en nombre de una supuesta defensa de los
derechos humanos.
No
hay tal altruismo, ni tampoco novedad alguna, afirman expertos y
ciudadanos conscientes del mundo. Se trata de una nueva modalidad
del histórico afán de conquista y colonización de los poderosos.
Guerras
de dominación e intervenciones militares signan la evolución de
las civilizaciones y culturas desde tiempos remotos, según consta
en documentos y crónicas.
Más
próximos a nuestra hora, durante el siglo XIX varias potencias
coloniales e imperiales europeas mataron el tiempo, entre otras
cosas, realizando aventuras interventoras fuera de sus mares.
Francia
ocupó Siria en 1860 "para salvar la vida de unos seis mil
cristianos maronitas", porque según París estaban siendo
masacrados por los drusos.
La
entonces llamada Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia realizaron
ocupaciones similares en Grecia, Bosnia, Macedonia y Bulgaria,
respectivamente, también en el XIX.
Estados
Unidos llegó en Cuba, Puerto Rico y Filipinas a fines del citado
siglo con las banderas de la guerra e intervención, en la primera
en 1898.
Nunca
quiso irse definitivamente, consecuente con la doctrina de sus próceres,
e instauró la modalidad neocolonial, de triste desempeño.
Ya
en el siglo XX, incursionó a sangre y fuego en Honduras, Nicaragua,
Panamá, Haití y República Dominicana, bajo diferentes pretextos,
que no lograron ocultar sus intenciones injerencistas y de
subordinación.
Tales
intervenciones en Centroamérica y el Caribe empezaron a ocurrir
desde principios de esa centuria.
Volvieron
con fuerza a la zona a partir de los 60, mediante la invasión
mercenaria a Bahía de Cochinos, Cuba (1961), con el fin de derrocar
a la Revolución triunfante el 1 de enero de 1959.
Así,
los marines hollaron además República Dominicana (1965),
invadieron Panamá y declararon una guerra ilegal a Nicaragua en la
década de los 80, cuando también ocuparon la isla caribeña de
Granada.
El
intervencionismo de Estados Unidos en América Latina ha ido más
allá de las ocupaciones militares y ha calado hondo en esferas muy
amplias de distintas sociedades.
De
acuerdo con el estudioso estadounidense Noam Chomsky, Estados Unidos
encarna como nadie el ejemplo de nación que irrumpe en el mundo con
violencia, rechazando las leyes internacionales y actuando
unilateralmente.
Según
él, los gobernantes de esta nación han respaldado siempre la
comisión de atrocidades y crímenes en cualquier lugar del mundo,
cada vez que convenga a sus intereses.
Interviene
"en defensa de la democracia y los derechos humanos",
cuando los dictadores o gobernantes no son de su confianza o la han
perdido.
Nada
ha cambiado, afirma el famoso académico.
El
espíritu de la guerra es el mismo espíritu del intervencionismo,
parecen reiterarnos también los sucesos desde el pasado.
"Intervenciones
humanitarias"
Es
evidente que las potencias de Occidente están intentando dar nuevos
afeites y hasta algunos cambios técnicos a su habitual modus
operandi imperial y colonizador.
Especialistas
señalan la década de los noventas del pasado siglo como una etapa
en que cobró auge el intervencionismo militar en el mundo, luego de
la caída del muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética.
La
diplomacia de las cañoneras empezó a invocar con mayor frecuencia
la defensa de los derechos humanos y la democracia en una época en
la cual sus mentores habían declarado el repliegue de las ideologías
e incluso el fin de la historia
Empezó
a oírse el asunto de las intervenciones humanitarias, eso sí,
siempre llevadas a cabo por las tradicionales grandes potencias
capitalistas en países pobres, "inseguros e
ingobernables".
Como
de costumbre, utilizaron prolijamente sus poderosos medios de
comunicación y potenciaron la órbita de acciones diplomáticas,
encaminadas a socavar las leyes internacionales.
También
aguzaron las presiones y el manejo de organismos de la ONU, en
especial su Consejo de Seguridad, donde han llevado voz cantante.
Hay
que reconocer que el término de "intervenciones
humanitarias" fue duramente criticado por la comunidad
internacional y sufrió un grave descrédito a partir de la
injerencia violenta de la OTAN en países africanos como Liberia,
Ruanda y Somalia, en los 90.
También,
la brutal agresión de la OTAN a Kosovo, en 1999, aumentó la
condena mundial contra esta práctica, que lejos de resolver
problemas, los agudizaba, como se vio en ese escenario.
De
modo que los habituales conquistadores del mundo debían ponerse a
tono con las nuevas circunstancias y actualizarse.
Con
tales ajetreos al menos consiguieron que en el 2005 se aprobara el
informe "Necesidad de proteger", elaborado por una comisión
liderada por Canadá para tratar el tema.
Con
ello la ONU aplicó reformas jurídicas, que muchos consideran
violatorias de artículos esenciales de la Carta fundacional
aprobada en San Francisco.
Se
acordó, suscintamente, que cada Estado tenía la obligación de
proteger a su ciudadanía de la violencia e irrespeto de los
derechos humanos, y si no podía o no quería hacerlo, la llamada
comunidad internacional tenía el derecho de actuar.
Quedaba
muy claro, según analistas, que la actuación de la comunidad
internacional debía responder a circunstancias extraordinarias y
contar con la autorización del Consejo de Seguridad, luego del
agotamiento de otras vías.
Estos
cambios, aunque aparentaban seguir dando la razón a la contención,
la mesura y la legalidad, ampliaron la brecha del intervencionismo
militar, ahora sin el molesto apellido de humanitario.
Sin
embargo, no ha dejado de oírse en sordina, sobre las motivaciones
generosas y humanistas de los bombarderos y sus aliados.
Según
la lógica de esta propaganda, ellos ya no son los mismos -eso es
historia pasada- y ya no les interesa para nada controlar el petróleo
y otros recursos naturales de otras naciones.
Una
característica del nuevo matiz del intervencionismo al estilo de
Estados Unidos y la OTAN, es que cada vez actúan en mayor
concierto, con la cooperación de varias naciones a la vez, aunque
las agresiones siguen respondiendo a un mando único.
El
caso de la agresión que ahora mismo está sufriendo el pueblo libio
es un ejemplo. Bombardeos, asesinatos, conspiraciones, ataques
selectivos y a civiles, se cometen a la vista de todos, mientras se
nos dice que se cumple con un mandato de la ONU.
Cada
vez se alzan más voces que condenan las extralimitaciones y
desafueros cometidos contra el pueblo Libio, no contemplados en las
acciones previstas en la Resolución 1973 sobre la zona de exclusión
aérea.
Un
estudio divulgado en 2005 señala que durante la Guerra Fría
(1946-1989) de los 68 conflictos civiles registrados en el mundo, 41
fueron objeto de intervenciones, 35 de ellos de forma unilateral y 9
multilateral.
A
partir de esa época, de los 37 casos reportados hasta 2005, se
realizaron 26 intervenciones, con mayoría de las efectuadas
mediante concilio internacional.
La
moral de los que hoy invocan razones humanitarias para llevar a cabo
sus agresiones es frágil y descalificada por su horrible historial,
opina Chomsky.
En
recientes declaraciones, el autorizado estudioso ha lanzado una
inquietante pregunta:
Si
están tan preocupados por los derechos humanos ¿por qué no han
creado una zona de exclusión aérea en Gaza para proteger a la
población palestina tantas veces masacrada por Israel?
*
Redacción Global de Prensa Latina.
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