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Algunos
analistas políticos señalan que la derecha ha sido derrotada en la primera vuelta de las
elecciones generales peruanas. Evidentemente, esta apreciación
es un mensaje equivocado e improcedente, un juicio de valor destinado
a crear confusión, pues la derecha está vivita y coleando; además, dispuesta
a reunificarse a través de un llamado "frente democrático"
para dar la batalla final contra el
comandante Ollanta Humala, candidato calificado
por los partidos políticos tradicionales como líder "antisistema."
Y lo estamos viendo, porque todavía no tenemos los resultados de
la ONPE para saber quién representará a la camarilla estable de los políticos
deshonestos, pero ya los dos potenciales favorecidos, la conservadora
Lourdes Flores y el servicial camaleón Alan García, vienen proponiendo
lo único que saben hacer: unidad concertada para mantener la corrupción,
la inmoralidad y la impunidad inmersas en el sistema que ellos llaman
democrático. En verdad, los dos tienen presente el mal funcionamiento del
régimen que manipulan a su regalado gusto, pero crean el aturdimiento, la
mezcolanza y el desorden con el claro propósito de desorientar a los electores,
porque bien saben que el sistema que defienden está percibido como
negativo en la mayoría de la población. Los porcentajes vergonzosos de aprobación,
menores del diez por ciento, del gobierno de Toledo y el Congreso
no mienten.

Cualquiera sea el contendor de Humala, la estrategia de la derecha está meridianamente
desenmascarada. Democracia versus autoritarismo. Dicotomía absurda
que expresa el monumental cinismo de una clase política ancestral que
no quiere perder sus privilegios fundados en el abuso, la exclusión y la explotación.
La sociedad peruana es una sociedad violenta. La violencia vive expresada
en el sistema de gobierno despótico, en la aplicación arbitraria de
la ley que sólo favorece a los encumbrados en el poder político, a la oligarquía,
a los ricos y poderosos, todos protegidos por la impunidad para sus
crímenes y latrocinios. La misma guerra subversiva emprendida por Sendero
Luminoso y el MRTA fue la expresión de la violencia social no resuelta.
El resultado electoral último también marca la fragmentación nacional
en varios aspectos. El manto de los más pobres del interior del país,
los campesinos y olvidados, los excluidos, distribuidos en la mayoría de
la regiones (Humala ganó 18 de 25) han votado abrumadoramente por la transformación
del país. El centralismo deformado de la capital Lima por Lourdes
Flores y el norte criollo, impulsado por un sentimentalismo ligero, por
el APRA de Alan García. Los significados de estas inclinaciones son elocuentes.
Ollanta
Humala ha abanderado la expresión del campo popular promovida y alimentada,
durante el gobierno de Toledo, por la dirigencia gremial, sindical
y partidaria, caudal que la izquierda no supo capitalizar en lo político,
dejando ese sentimiento transformador de la mayoría de peruanos en manos
del outsider. La candidata de UN, Lourdes Flores, cayó en la soberbia de
querer representar por sí sola un conglomerado de intereses oligárquicos
pronorteamericanos sin ubicarse en el
desencanto del pueblo por Toledo y Kuczynski,
a quienes representaba casi sin darse cuenta. Pecó de arrogancia e
intolerancia por sentirse la ganadora indiscutible meses atrás cuando desechó
alianzas protectoras posibles. Alan García, como de costumbre hizo el
papel de la "escopeta de dos cañones" del doble discurso, de la
demagogia de las promesas que nunca
cumplirá y el baile del carnaval, siendo salvado por
la disciplina del partido y el sentimentalismo fundacional arrastrado de los
años treinta. Echó mano a los mártires del partido como si él (con sus
crímenes horrendos de los penales de
Lima y en las comunidades campesinas de Cayara,
Accomarca, etc. o con el manejo de las bandas paramilitares "Rodrigo Franco")
los representara en valor, valentía y sacrificio. En el pueblo aprista
funcionó así el resorte apasionado del martirologio como en los católicos
funciona el holocausto de Cristo o la inmolación de los mártires y santos
de la Iglesia, de ninguna manera representados por la posición reaccionaria
del cardenal Juan Luis Cipriani.
El
camino de la transformación es muy difícil pero no imposible. El Perú
no es un país enfermo sino pujante y
trabajador, lo demostrará cuando se libere de
la costra putrefacta del sistema engañoso que se defiende como democracia.
La democracia es igualdad de derechos, libertades y responsabilidades,
es la representatividad del pueblo en todas las instancias
de gobierno, es la participación real desde la comunidad local, distrital,
provincial y regional hasta el gobierno central; la elección de los
representantes es sólo un mecanismo de consulta popular y cuando más consultas
populares existan más democracia se alcanzará. Rescatar la dignidad
nacional avasallada por lo malos gobernantes y ultrajada por la aplicación
de políticas neo-coloniales es tarea del nacionalismo democrático popular
encarnado en la candidatura de Ollanta Humala frente a la falsa disyuntiva
-democracia versus autoritarismo- que pretende imponer una derecha
desesperada para sostenerse en el poder. La victoria preliminar de Humala
no alcanzó la magnitud esperada debido a la demolición mediática, a la
guerra sucia y la descalificación a priori de llamarlo autoritario, fascista
y dictador, por el solo hecho de haber vestido el uniforme del ejército.
Sin embargo, esta victoria absorbió el noventa por ciento de las bases
de la izquierda, perfilándose así la unidad perdida en la cúspide dirigente
del espacio social. Pese a ello, no todo está dicho, ni todas las fichas
están jugadas con Humala, en razón que lo rodea un entorno dirigente precipitado,
escogido en circunstancias adversas a los plazos de inscripciones
partidarias. No lo mejor en la vidriera progresista lo rodea. La
unidad del campo popular lograda tras la candidatura de Ollanta Humala no puede
ponerse en duda, pues ella obedece más al ideario proclamado por el PNP,
coincidente en gran parte con el de la izquierda orgánica, antes que a la
persona misma del comandante. Y en términos numéricos supera con el 31% la
mejor actuación de la Izquierda Unida con Alfonso Barrantes a la cabeza, la
que apenas bordeó el 25% en las elecciones generales de 1985.
Los resultados se deben, por
supuesto, a las líneas de acción programática transformadoras
dentro de la democracia y la consulta popular, por ello llamar
autoritarismo a la verdadera libertad de opinión, juicio y elección; y
democracia al sistema podrido de la imposición gubernamental
acostumbrada, es un sinsentido que
deberán explicar en esencia Lourdes Flores o Alan García,
no la propaganda negativa de la prensa y la TV. No los agentes encabezados
por Mario Vargas Llosa, Gustavo Gorriti, Martha Hildebrant, Julio
Cotler, Jaime Bayly y otros que gritan contra la amenaza autoritaria porque
simplemente les da la gana de defender la inmundicia. En realidad, aquí
se compite por la transformación del país frente al encadenamiento a un sistema
putrefacto ampliamente conocido. Y cabe a la izquierda orgánica partidaria
y gremial el trabajo de soporte y apoyo crítico a Ollanta Humala como
lo viene haciendo acertadamente el Grupo Malpica. La
segunda vuelta no será igual que la primera.
La satanización de la candidatura
de Ollanta Humala ha polarizado la situación. La lucha de clases sumergida
en cualquier sociedad del mundo, tal como existe en la atmósfera la
tempestad y el viento huracanado, ha salido a flote al verse en peligro la
clase dominante. No en peligro de perder sus propiedades, nadie pretende expropiar
lo ajeno, sino los privilegios de una casta política que utiliza al
Estado para su provecho en detrimento de la mayoría nacional. Fueron los voceros
periodísticos y los candidatos mismos del poder establecido quienes empezaron
esta lucha latente en la sociedad, fueron ellos quienes con sus mentiras
crearon el ambiente de confrontación que luego niegan como humildes y
ofendidas palomas de la paz. Llamaron candidato antisistema a Ollanta Humala
como si no fueran ellos quienes iniciaron la confrontación desenfrenada
contra una apuesta nacionalista democrática popular expuesta de antemano
y por derecho propio. La discusión de la alternativa nacionalista, el
debate sobre el asunto estuvo planteado sin esconder cartas en la manga; los
planteamientos fueron públicos, fueron difundidos e impresos; entonces ¿por
qué se rehuyó el examen del programa, el cotejo de ideas? Esta pregunta se
responde por sí misma, a los defensores del sistema actual no les convenía
la toma de conciencia de la población, la educación de las masas, la
formación política de ellas, la puntualización de temas candentes, las soluciones
a la problemática nacional irresuelta por años de años de engaño y
abuso del poder. Hoy estamos a las puertas de un gobierno de innovación, de
reforma, de reestructuración y transformación nacional y sólo los elementos
retrógrados, reaccionarios y plutocráticos pueden oponerse.
Los partidos políticos no tienen capacidad de endose, los pactos y los acomodos
del llamado "frente democrático" no podrán ceder fácilmente
los votos obtenidos en la primera
vuelta, porque estos no pertenecen a ente alguno
sino al ciudadano reflexivo, pensante y no manipulado, que vislumbrará
su porvenir entre la repetición perpetua de la corrupción descarada,
del encadenamiento voluntario de sus familias o la transformación democrática,
paso a paso, a través de la consulta popular permanente e institucionalizada
con la revocatoria a mandatos tenebrosos y farsantes como los
habidos con Alan García, Alberto Fujimori y Alejandro Toledo. El enfrentamiento
frenético, afiebrado y delirante contra Ollanta Humala significa
la defensa de los intereses oligárquicos, de las monumentales ganancias
de las empresas transnacionales que no pagan ni regalías ni impuestos
de manera debida, ni crean empleo abundante por ser meros consorcios
de exportación primaria; significa la firma de convenios y tratados
gravosos para el país como el TLC con Estados Unidos negociado por Toledo-Kuczynski,
las privatizaciones de industrias estratégicas en condiciones
desfavorables, la entrega del Mar de Grau y las 200 millas marinas;
significa la continuidad de fracasadas políticas neoliberales impuestas
por el Fondo Monetario Internacional y el consenso de Washington. El
miedo a un autoritarismo creado artificialmente y dirigido a los pobres susceptibles
a la desconfianza, será la única arma de la derecha reunificada donde
con seguridad Alan García nunca más llamará a Lourdes Flores la candidata
de los ricos como con tanta valoración lo repetía en cuanta ocasión
se presentara.
En esta segunda vuelta electoral ambos candidatos, sea
uno u otro, se darán la mano y no habrán diferencias mayores porque en realidad
nunca las hubieron. La verdad sea dicha, cualquiera de los dos sufrirá
el pánico a la democracia real en la que jamás pensaron en serio, porque
la expresión libre de los electores reafirmará la necesidad del cambio
económico, político y social que el país requiere con urgencia. Sobre esta
base, una vez instaurado el nuevo régimen se podrá dialogar en aras de la
gobernabilidad, el consenso y el programa mínimo para avanzar en la transformación
completa del Perú. La propia dinámica histórica decantará a los
políticos sin compromiso con las grandes mayorías excluidas.
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